Mucho se ha especulado en los últimos meses sobre lo que será el balance final de la pandemia a nivel económico y financiero para el país, las empresas y consecuentemente las familias e individuos. Algunos estudios apuntan a un decrecimiento de hasta 2 dígitos en el PIB, otros hablan de una pérdida de hasta 12 millones de empleos. Lo cierto es que aún no tocamos fondo ni en el tema sanitario ni en el económico, por lo que no dejan ser únicamente aproximaciones, pero lo que sí es un hecho es que esta situación fue un punto de inflexión en el cual algunos asumieron un nuevo reto -o están en vías de hacerlo- y otros de plano lo rechazaron.
Se ha destacado el rol que la tecnología ha jugado para que algunos negocios pudieran continuar “operando”. Ya sea a través de automatización de procesos, habilitación de herramientas digitales para seguir laborando o el establecimiento de nuevos canales de contacto y/o transaccionalidad.
Al final del día, se pueden ubicar dos grandes grupos de personas. En uno, los que permanecen inertes esperando a que esto pase y en otro los que se habilitaron digitalmente –o ya lo estaban-. Los primeros resistiéndose por completo apostando por una situación transitoria y los segundos adaptándose en la medida de sus posibilidades en términos de habilidades, recursos, infraestructura y herramientas.
Amas de casa que venden productos por catálogo, técnicos que ofertan sus servicios, especialistas en deporte que promocionan sus asesorías o hasta maestros en activo y profesionales independientes, vieron trastocados sus ingresos a causa del confinamiento y la falta de movilidad social obligándose a tomar una decisión sobre transitar o no por una nueva ruta.
Aunque el concepto de resiliencia se comenzó a emplear en física, fue en la década de los 70’s del siglo pasado que se adoptó su uso en las ciencias sociales. Se refiere básicamente a la capacidad de sobreponerse a momentos críticos y adaptarse luego de experimentar alguna situación inusual e inesperada.
Desde hace ya algunos años el Foro Económico Mundial, resaltaba esta habilidad como clave para los nuevos tiempos. Si bien la pandemia colocó los reflectores en la resiliencia de algunas “empresas” con características muy particulares podemos perder de vista que para que esto sea posible, los primeros en adoptar esta actitud deben ser las personas. Y particularmente hablando de la nueva normalidad en lo económico, lo que se ha revelado es la necesidad de desarrollar nuestra resiliencia digital de tal forma que sigamos siendo productivos bajo un paradigma completamente diferente.
Para poder desarrollar la resiliencia digital es necesario conocer a fondo nuestras propias capacidades, tanto las fortalezas como las áreas de oportunidad y así poder obtener lo mejor de nosotros mismos. Es decir, es completamente necesario el autoconocimiento y entrenar nuevas actitudes y destrezas, transitando por el camino de la perseverancia hasta llegar a un punto de tolerancia a la incertidumbre, logrando así una adaptación positiva hacia nuevos recursos y herramientas.
Ya no podemos permitirnos el “soy de la vieja escuela” o “la tecnología me rebasa” y entonces “mejor me quedó aquí en la orilla a observar”. Aplicable tanto para las anteriores generaciones como para las nuevas, pues el simple hecho de contar con un dispositivo de última generación, no nos hace más digitales. El punto es cómo usamos la tecnología y qué generamos a partir de su uso. Llámese, una plataforma de videoconferencia, una aplicación de comercio electrónico o una simple red social para prospectar clientes.
El mundo digital ya está aquí, no es algo que se aproxime. Se encuentra inmerso en todo cuanto hacemos en lo personal y en lo económicamente productivo y es momento de desarrollar esta habilidad para dejar la zona de resistencia y lograr la resiliencia digital superando el escenario próximo, cualquiera que sea.
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